jueves, 31 de mayo de 2012

Vientre profeta sin tiempo

Yo no soy de ningún siglo.
Vivo ausente del tiempo.
Soy mi siglo como soy mi
sexo y mi delirio.
Soy el siglo liberado de toda fecha y penumbra.
Pero cuando muera, el profeta que hay en mí
se alzará como un niño sin moral y sin patria.
Un niño loco con lengua de alaridos.
Entonces amanecerá en el millón de Galaxias.
Madres del futuro; cuidado; cuando muera puedo volver.
Entonces, ay, vientre que me aguardas,
dulcísima catedral de tinieblas.
Por Miguel Ángel Bustos

domingo, 27 de mayo de 2012

Tu vertical desvista

A francy

Te siento en mis rodillas y es amor platónico
entre mis ojos y todos tus ojos.
Mis rodillas tiemblan presionadas
y tus manos acarician los rastrojos
que antiadornan mi cabeza.
Mi boca, sucia de tu boca,
socia de tu placer,
se estremece de placer.
Mi risa se pierde en tu vertical sonrisa
e inventas palabras impronunciables.
Chapaleamos en nuestros jugos de vida.
El caballero importuno se yergue en tu ser
y te ordena: no hables.
Suspiramos una explosión.
Hay algo extraño: lenguas, dientes,
hombros desnudos, carrillos fulgentes.
¿No es tu pecho rasgado
el que sangra sudor hacia todos lados?
¿No es tu mente la que en tus ojos me mira
cuando explotas en mis llamas?
Me has hecho al fin bailar
en tu punto de vista y de desvista.

Por Jorge Gómez Jiménez

jueves, 24 de mayo de 2012

Escrito en la espalda de un árbol

No recuerdo si el árbol daba frutos
o sombra,
sólo sé que dio pájaros.

Que era el centro del patio
y de la infancia.

Que en la madera fácil
tallé tu nombre encima
de un corazón flechado.

Y no recuerdo más:
tanto subió tu nombre con el árbol
que pudiste escaparte
en la primera cosecha que dio pájaros.

Por Miguel Méndez Camacho

martes, 22 de mayo de 2012

Porvenir

Te llaman porvenir
porque no vienes nunca.
Te llaman: porvenir,
y esperan que tú llegues
como un animal manso
a comer en su mano.
Pero tú permaneces
más allá de las horas,
agazapado no se sabe dónde.
... Mañana!
Y mañana será otro día tranquilo
un día como hoy, jueves o martes,
cualquier cosa y no eso
que esperamos aún, todavía, siempre.

Por Ángel González

miércoles, 16 de mayo de 2012

Gastos fijos

Estuve haciendo cuentas
pues no sé hacer milagros
ni esas cosas que dicen
sabemos las mujeres.

Y ahora que estás lejos me pregunto
si acaso vivir sola
no me cuesta más caro.
Por Ángeles Mora

lunes, 14 de mayo de 2012

Una joven y vieja mujer

¿Cuál fue el alegre muchacho que más me agradó
De todos cuantos yacieron conmigo?
Respondo que mi alma entregué
Y en el dolor amé,
Mas gran placer me dio un muchacho
Al que físicamente amé.
Libre del cerco de sus brazos
Reía al pensar que era tal su pasión
Que él imaginaba que yo entregaba el alma
Cuando sólo existía el contacto de dos cuerpos,
Y reía sobre su pecho al pensar
Que era la misma entrega que hay entre las bestias.
Di lo que otras dieron
Después de quitarse la ropa,
Mas cuando este alma del cuerpo se despoje
Y desnuda vaya a lo desnudo
Aquel a quien halló encontrará allí dentro
Lo que ningún otro conoce.
Y dará lo suyo y tomará lo suyo
Y regirá por derecho propio;
Y aunque amó en el dolor
Tanto se aferra y se cierra,
Que ningún ave diurna
Osaría extinguir tal deleite.

Por William Butler Yeats

jueves, 10 de mayo de 2012

Los pechos de Magaly

Los pechos de Magaly
son dos enormes girasoles
que penden de su cuerpo.
Atropellan desconocidos
y se desbordan sin recelo.
La cintura no es estrecha,
pero la curva de sus caderas
es como para entrar en la vida
y no salir sobria.
Su monte de venus...
un inmenso clavel negro.
Yo quisiera leer los pechos de Magaly
y encontrar a Dios entre sus piernas.

Por Silvia Tomasa Rivera

domingo, 6 de mayo de 2012

Te quiero a las diez de la mañana

Te quiero a las diez de la mañana, y a las once, y a las doce del día. Te quiero con toda mi alma y con todo mi cuerpo, a veces, en las tardes de lluvia. Pero a las dos de la tarde, o a las tres, cuando me pongo a pensar en nosotros dos, y tú piensas en la comida o en el trabajo diario, o en las diversiones que no tienes, me pongo a odiarte sordamente, con la mitad del odio que guardo para mí.

Luego vuelvo a quererte, cuando nos acostamos y siento que estás hecha para mí, que de algún modo me lo dicen tu rodilla y tu vientre, que mis manos me convencen de ello, y que no hay otro lugar en donde yo me venga, a donde yo vaya, mejor que tu cuerpo. Tú vienes toda entera a mi encuentro, y los dos desaparecemos un instante, nos metemos en la boca de Dios, hasta que yo te digo que tengo hambre o sueño.

Todos los días te quiero y te odio irremediablemente. Y hay días también, hay horas, en que no te conozco, en que me eres ajena como la mujer de otro. Me preocupan los hombres, me preocupo yo, me distraen mis penas. Es probable que no piense en ti durante mucho tiempo. Ya ves. ¿Quién podría quererte menos que yo, amor mío?
Por Jaime Sabines