miércoles, 29 de agosto de 2012

Carta del suicida

Juro que esta mujer me ha partido los sesos.
Por que ella sale y entra como una bala loca,
y abre mis parietales y nunca cicatriza,
así sople el verano o el invierno,
así viva feliz sentado sobre el triunfo
y el estomago lleno, como un cóndor saciado.
Así padezca el látigo del hambre,
así me acueste.
O me levante, y me hunda de cabeza en el día
como una piedra bajo la corriente cambiante.

Así toque mi citara para engañarme.

Así se abra una puerta y entren diez mujeres desnudas,
arcadas sus espaldas con mi letra, y se arrojen
unas sobre otras, hasta consumirse.

Juro que ella perdura porque ella sale y entra

como una bala loca.
Me sigue a donde voy y me sirve de hada.


Por Gonzalo Rojas

viernes, 24 de agosto de 2012

Faîtes vos jeux

Cuando se aleja el momento de las heridas
se instala el de las cicatrices:

Es el abrazo
del oso del tiempo

Antes de que la función
alcance su final
en pleno soliloquio del actor
con tanto desparpajo como estrépito
los obreros entran en escena
y empiezan a desmontar el decorado

Por Anton Vallet

martes, 14 de agosto de 2012

Fragmentos

Tengo un vaso en las manos.

Tras comer en silencio, tú te has ido a dormir.

El vaso estalla.
Los trozos de cristal, hundidos en el agua
del fregadero, cortan.

Lo inesperado
se convierte en un vaso
que se quiebra en el agua.

Al fondo,
todo lo que se rompe antes de tiempo:
nosotros, esta noche.


Por Juan Manuel Romero

domingo, 5 de agosto de 2012

El futuro

Y se muy bien que no estarás.
No estarás en la calle
en el murmullo que brota de la noche
de los postes de alumbrado,
ni en el gesto de elegir el menú,
ni en la sonrisa que alivia los completos en los subtes
ni en los libros prestados,
ni en el hasta mañana.
No estarás en mis sueños,
en el destino original de mis palabras,
ni en una cifra telefónica estarás,
o en el color de un par de guantes
o una blusa.
Me enojaré
amor mío
sin que sea por ti,
y compraré bombones
pero no para ti,
me pararé en la esquina
a la que no vendrás
y diré las cosas que sé decir
y comeré las cosas que sé comer
y soñaré los sueños que se sueñan.
Y se muy bien que no estarás
ni aquí dentro de la cárcel donde te retengo,
ni allí afuera
en ese río de calles y de puentes.
No estarás para nada,
no serás mi recuerdo
y cuando piense en ti
pensaré un pensamiento
que oscuramente trata de acordarse de ti.
Por Julio Cortázar

viernes, 3 de agosto de 2012

Sacramento

De camino a misa, por casualidad,
te vi en un café del bulevar
con tu mujer y su madre.
Llevabas la preciosa cruz de oro
que mi padre me dio cuando era niño.
Después de cada sorbo de su vaso,
tu mujer se recogía el flequillo tras las orejas
y volvía a cruzar sus blancas piernas de porcelana.
Yo dejé que volvieras con ella,
guardé las cartas en una caja.
Riendo por algo que se dijo,
alzaste el brazo con el mismo gesto
que la noche en que nos conocimos en el parque,
cuando nos escupió la mujer del terrier.
¿Recuerdas que la hierba húmeda, sin olor
en la que nos sentamos, brillaba
como el lomo de un animal?
En cierto momento la madre de tu mujer
extendió su mano de forma apasionada
y te limpió algo del suéter,
como si el pelo de aquel animal
fuera lo que hubiese visto
y con su mano quisiera decirnos
que no te dejarían escapar nuevamente.


Por Henri Cole