viernes, 31 de mayo de 2013

Fecha de caducidad

Todos los productos tienen fecha de caducidad:
los mejillones en conserva, las tortillas precocinadas
y nosotros dos.
Las impresoras son diseñadas para que a los tres años,
ellas solitas, se rompan.
No hay sombrilla que dure dos veranos.

Pero como «el amor es eterno mientras dura»:
¡carpe diem esta batidora! ¡carpe diem este radiador!
Son las cosas de Adam Smith.

Con nosotros pasa algo parecido.
Así que no pierdas demasiado tiempo mirando el reverso
y elígeme. No necesitas tarjeta de fidelidad.
Ya sabes donde estoy:
soy hermano de sangre de los productos
que pueblan las baldas más bajas de los supermercados,
aquellos que no importa que se rompan
con el beso de las ruedas trucadas de los carritos.

Ven a por mí antes de que me rescate la comida congelada.
Bésame de lleno en los veinte años antes
de que me funda la inocencia en las tragaperras.

Ven y fóllame, corazón,
—porque follar no es malo—
antes de que desaparezcan las cabinas telefónicas
y las llamadas a números que recuerdas de memoria.
Antes de que el amor se me cure
o me caduquen las ganas entre los dedos.

Fóllame, corazón,
antes de que esta fiebre se autodestruya en 3, 2, 1…



Por Julio Béjar

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